jueves, 28 de julio de 2011

El Jardín del Brujo Serdimad


Sinopsis: Un brujo egoísta conoce a una dama misteriosa y su vida se enreda.
Número de palabras: 1646.
Clasificación: A
Género:  Fantasía.
Comentario: Cuando publiqué esté cuento me gustaba bastante... hoy en día supongo que soy demasiado crítica conmigo misma.
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Era un jardín lleno de flores de colores brillantes. Tenía árboles enormes que daban sombra a las bellas plantas del suelo, y otros más pequeños que daban los frutos más sabrosos del mundo. El pasto que crecía en aquel lugar era de un tono claro y brillante, y sumamente suave, casi tanto como la misma seda. Incluso los insectos eran hermosos, libélulas de colores tornasolados, escarabajos con caparazones vivos y alegres, mariposas con alas enormes; acompañados además por cientos de libélulas que pasaban las noches alumbrando aquel hermoso lugar. Había un pequeño lago, donde los pájaros y otros animales del bosque iban a beber. Aquel lugar era uno de los más hermosos jamás imaginados, pero sólo era visitado por una persona.
El hombre que poseía aquella tierra fértil y bella no era nada más ni nada menos que el brujo más temido en el reino de Baldana. Usaba las plantas y hiervas del jardín para sus pócimas, y con éstas había ganado una verdadera fortuna. Con el dinero ganado construyó una casa justo donde estaba la entrada al jardín, volviéndolo exclusivo para sí.
El nombre del brujo era Serdimad, era un hombre frío y serio, no era muy viejo, pero había dedicado toda su vida al estudio, así que sus rasgos se habían congelado en una expresión tosca con el tiempo. Pero, cuando llegó su vigésimo noveno cumpleaños comenzó a sentir una fuerte frustración día a día. Entonces se resguardo en sus libros e investigaciones.
Pasaron muchos meses sin que nada perturbase sus estudios y meditaciones, pero el sentimiento de dolor que su triste corazón experimentaba seguía ahí. No había nada que sacase aquella sensación de su ser.
Pero, hubo una noche en que el silencio y la rutina se rompieron. Mientras Serdimad revisaba por enésima vez los libros de alquimia, un gritito agudo entró al cuarto. El brujo miró en todas direcciones, hasta que se dio cuenta de que la voz había venido del jardín. Corrió hasta éste con su pistola en mano, listo para ahuyentar a cualquier clase de intruso. Pero lo que se encontró ahí no fue a un ladrón tratando de robar su mandrágora o alguna otra planta especial para pócimas, era una muchacha, con un hermosa melena pelirroja cubriendo su fino rostro, tenía sus dedos ensangrentados y estaba tumbada al lado del rosal azul.
- ¡Eh, tú! – gritó. - ¡Sal de aquí antes de que te dispare!
La muchacha se le quedó mirando sin comprender muy bien qué pasaba, lo observó de pies a cabeza y luego arqueó sus cejas enojada.
- ¡¿Acaso eres ciego?! – dijo ella sin prestar atención a la amenaza. – Me he lastimado en el bosque, deberías de tener más consideración hacía las damas. Además de que sólo he venido a descansar aquí para ver las flores.
- ¿En el bosque? – dijo Serdimad de forma sarcástica. – Querías robar mis plantas y estas te han castigado.
- ¿Tus plantas? – replicó ella. - ¡El bosque no le pertenece a nadie.
- Esto no es parte del bosque chiquilla. Ésta es la tierra del brujo Serdimad, y a menos que quieras volverte un murciélago deberías de mantenerte alejada de aquí.
- ¡¿Serdimad?! – exclamó ella sorprendida. – Siempre creí que serías más guapo. Aún así, brujo, el bosque no te pertenece, todas las personas tienen el mismo derecho que tú a estar en éste claro.
- Éste no es un claro cualquiera, yo lo he hecho lo que es.
La muchacha se rió mientras se levantaba. Llevba una falda abultada y amarrada detrás de la cintura y botas de varón, tenía un aspecto desfachatado y poco ortodoxo, daba la impresión de estar vestida de aquella manera para moverse con comodidad. También llevaba una espada corta y ligera colgada de su cadera. La desenfundó y la clavó en el suelo.
- Nadie puede darle forma a la naturaleza más que los dioses. – Se inclinó e hizo una oración frente a su espada. – Pero si lo que quieres es que me vaya, eso haré.
Se levantó con un poco de esfuerzo, dio media vuelta, pero justo antes de poder marcharse del jardín, sus piernas perdieron sus fuerzas y calló al suelo. Su falda se alzó mientras caía, mostrando una gran herida ensangrentada a mitad de su muslo. Serdimad corrió hasta ella, sosteniéndola por los hombros durante los últimos segundos de su caída. Respiró profundo y sacó el aire resoplando; la llevó dentro de la casa y comenzó a tratar sus heridas.
- ¿Por qué me ayudas? – dijo ella mientras él le vendaba la pierna.
- Porque esa herida fue causada por un monstruo, si te dejo que vayas de vuelta a una ciudad así esparcirías una plaga. No puedo dejar que mis clientes mueran.
Ella se rió y esperó a que las vendas estuvieran listas.
- Ya está. Aunque te recomendaría que descansaras antes de marcharte.
La muchacha se levantó sin mucho cuidado e hizo una sencilla reverencia.
- Muchas gracias señor mago, pero soy fuerte, creo que tendré que rechazar su sugerencia. Además de que es bastante obvio que usted es un hombre ocupado, así que haré caso a su petición de hace rato y me marcharé. – entonces comenzó a caminar hacía la salida, pero justo antes se detuvo y volteó a ver a Serdimad. – Ah, por cierto, mi nombre es Escarlet, la aventurera.
Desapareció tras la puerta y Serdimad se volvió a quedar sólo. Suspiró y regresó a su estudio. Se sentó frente al escritorio lleno de libros y comenzó a leer. Pasaron tres horas, y todavía seguía en la misma pagina. Aventó el libro lejos de si y se levantó desesperado; se dirigió a su laboratorio, pero no pudo hacer ni una sola pócima sin efectos secundarios. Cuando el cuarto se llenó de humo se rindió. Abrió la ventana y se fue a dormir.
Lo mismo se repitió por los siguientes días. No podía hacer nada, nada de nada. Finalmente se sentó a pensar en qué había cambiado en los últimos días, la frustración que sentía había sido la misma, su rutina había sido la misma, ni si quiera había cambiado mucho el clima… sólo había un hecho fuera de lo común, y era la visita de Escarlet. Escondió la cara entre sus manos mientras exhalaba un hondo suspiro.
Al día siguiente se repitieron los accidentes y problemas. Esa noche, dejo la casa y procedió a buscar a Escarlet.
Su travesía fue larga y cansada, apenas había pasado un mes rastreando a la muchacha y su cuerpo ya había adelgazado, su piel se había tostado y su barba había crecido. Había visto pueblos a la orilla del mar, había escapado de leones de montaña en los picos más altos del reino y había conocido toda clase de personas. Pero no había un solo lugar donde pudiera encontrar a Escarlet.
Después de medio año regresó a su casa, estaba abandonada y con las tejas rotas. La pintura se había caido y la cerca que separaba la casa del resto del bosque estaba hecha ruinas. Se quedó frente a la casa por unos minutos, pero no se atrevió a entrar, dio media vuelta y regresó al camino que conducía a la ciudad.
De nuevo, su viaje lo llevó por toda clase de recónditos lugares. Incluso llegó a ver con sus propios ojos el gran palacio de Recca, una construcción antiquísima y hermosa, llena de cúpulas enormes y de vitrales de colores. Vio las ciudades del desierto, y las de los pantanos, pero no vio en ningún lugar a Escarlet.
Sus pies se comenzaron a cansar después del segundo año, pero aún así, no se rindió. Consiguió una carroza y un caballo, y comenzó a llevarla de aquí para allá, en busca de la aventurera, hasta el punto en que lo comenzaron a conocer en todas las ciudades. Los niños lo conocían como El Juguetero, y se alegraban por su llegada, ya que para conseguir dinero, Serdimad había optado por vender títeres encantados que bailaban y tocaban música por medio de magia y alquimia a los niños de los pueblos. Los adultos en cambio, le tenían lastima, ya que cada vez que llegaba, su pregunta era la misma: “¿Saben donde está la aventurera Escarlet?”.
Pasaron meses, y las pistas lo seguían forzando a dar vueltas por el mundo, hasta que lo perdió todo. Una noche emborrachó demasiado y todos sus ahorros, su caballo y su carroza se fueron en una torpe apuesta. Al día siguiente lo echaron de su posada y tuvo que recorrer a pie largos caminos de arena y grava. Se rindió, se marchó en busca de su antigua casita perdida a mitad del bosque, listo para encerrarse con sus libros y nunca más, volver a salir.
Caminó mucho, su cuerpo estaba cansado y su mente en blanco; no notó que el caminó hacía su casa estaba renovado, ni tampoco que había mucha más gente en aquel rumbo que la que acostumbraba andar por el bosque antes. Tampoco notó que la casa estaba reparada y pintada, tampoco notó un pequeño toldo afuera de una de las ventanas frontales de la casa. Conforme se iba acercando, la lluvia iba aumentando, pero tampoco le importó esto, simplemente siguió caminando, hasta llegar al jardín. Se tumbó junto al rosal azul y cerró los ojos. Así, tumbado y desolado, no vio cuando la puerta trasera de la casa se abría, ni el fino cuerpo acompañado por una melena del color del fuego que salía al claro con una sombrilla. No vio ninguna de éstas cosas, pero las sintió, casi como si fuese un sueño, el miedo de que no fuese real no lo dejo abrir los ojos; pero cuando una suave voz que de forma inexplicaba recordaba a la perfección habló con un tono burlón, una sonrisa se pintó en su rostro. La frase que dijo la voz fue:
- Señor brujo, ¿quiere salir de mi jardín?