sábado, 12 de julio de 2014

Aterrizaje

Sinopsis: Una mujer sufre una perdida en un avión.
Número de palabras: 1474
Clasificación: B
GéneroCuento, drama
Comentario: Éste lo escribí a partir de un ejercicio de escritura de la página writtingexercises.co.uk dónde te sugieren la base para una trama y tienes que escribirla. La que me tocó fue "Escribe sobre una reservada mujer joven. La historia comienza en un avión. ... Es una historia sobre perdida ..." no lo pongo completo porque contiene spoilers.
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Llorar en público es difícil. Por alguna razón nos avergonzamos de nuestros sentimientos y no los dejamos fluir, cuando sentimos que alguien nos puede juzgar. Por eso, encontrarse a mitad de un espacio pequeño, apretado y lleno de personas, es una de las peores cosas que le pudieron pasar aquel día. Sólo lo vence que justo antes de apagar su celular para el despegue, contestó una llamada, que le informó sobre la muerte de su prometido. Sus ojos, abiertos como platos, se desenfocaron, al inundarse con lagrimas. Se llevó una mano a la boca, cubriendo su expresión de sorpresa, y luego, agachando la cabeza y subiendo sus dedos hasta su frente, cubrió su angustia. Con los ojos apretados, sintió la mano de la aeromoza posarse sobre su hombro y luego el aire tibio de su susurro, pidiéndole que apagara el celular. Respiró profundo, se relamió los labios y removió la mano de su rostro. Asintió con la cabeza, regresando su atención a la llamada, se despidió de la mujer que nunca llegaría a ser su cuñada, colgó y apagó el celular.
Guardó su celular en su bolso de mano y sacó su espejo. Las lagrimas no habían bajado de sus ojos, tenía el maquillaje entero y lo único que realmente delataba su tristeza era el seño fruncido, así que decidió respirar profundo, contar hasta diez y tratar de no mirar a la persona sentada a su derecha, ni a la del otro lado del pasillo, que, naturalmente, la miraban preocupados.
El avión alzó vuelo. Le zumbaron los oídos durante las primeras millas y, para cuando llegó a su altitud requerida, se taparon. Abrió los ojos nuevamente y miró la ventanilla, tratando de evitar la mirada del viejo de barba blanca que no había dejado de mirarla. Respiró profundo y volvió su cabeza al frente, con la mirada perdida, recargó su espalda sobre el respaldo y sintió sus hombros caer, rendidos ante la tensión que había sentido en un principio. Su mente se quedó en blanco durante la primer hora del vuelo y sus ojos concentrados en una mancha en su uña.
Alcanzó dos horas con cuarentaisiete minutos y dos segundos antes de que su cuerpo volviese a reaccionar.
Lo primero que tembló, fueron sus hombros, cuando una respiración se precipitó de forma descontrolada por su tráquea. Luego fueron los labios. Tragó saliva y siguieron sus ojos. Su ceño se frunció y sus hombros se echaron hacía delante, junto con toda su columna. El ardor en sus ojos era demasiado, y por más que intentó mirar hacia el frente y olvidar el dolor punzante en su corazón, se llenaron de lagrimas. Se desbordaron en sus mejillas y tuvo que morder sus labios, bajar la mirada al suelo y apretar los ojos, siendo demasiado consiente de las miradas enfocadas en ella. Subió su mano, hecha puño, hasta su boca y mordió su índice. Su otra mano abrazó su propio cuerpo, sus rodillas se juntaron, tan apretadas que era doloroso, y aunque sus tobillos trataron de hacer lo mismo, su bolso de mano se los impidió.
Pasaron segundos, y ella sintió horas.
Tras una inhalación exitosa, sus hombros suspendieron el movimiento por suficiente tiempo como para que alcanzara su bolso con una mano temblorosa. Primero, lo llevó hasta su pecho, abrazándolo con fuerza y sin abrir su ojos. Luego respiró profundo y esperó unos segundos con el aire dentro. No se molestó en contar. Se pasó del diez por tres segundos.
Cuando abrió los ojos, trató de concentrarse en el bolso. Trató de fingir que no había pasado nada. Trató de sacar algo de ahí, lo que fuera, una menta, un lápiz, un rímel, algo, que pudiera distraer sus dedos temblorosos y su mente destruida. Pero en cuanto abrió el bolso, se encontró con el espejo que él le había regalado. Sus hombros se volvieron a sacudir. Buscó entre los pliegues oscuros que componían el interior de su bolsa. Un post-it con el nombre de su hotel, escrito por el, una pluma fuente, regalo de cumpleaños, su cartera, navidad. Todo le recordaba a él. El dolor se convirtió en coraje, y el deseo de marcar su número, de ser recibida por su voz, y gritarle por haber sido tan estúpido empezó a crecer en su pecho. Dio un golpe al bolso, pero a pesar del enojo, no lo soltó. Lo apretó con fuerza. Y de pronto, ya había llegado.
El hombre a su derecha le tuvo paciencia. Tardó más de lo necesario en darse cuenta de que tenía que levantarse, tomar su bolso y bajar del avión. Su mente estaba desconcertada, su cuerpo estaba temblando aún, y su pulgar acariciaba una y otra vez su anillo de compromiso. Finalmente logró levantarse, y caminar fuera del avión.
Él tenía que ir por ella.
Se quedó parada a mitad del aeropuerto, con una mano cubriendo su boca, con el ceño fruncido, con su puño apretando fuertemente la correa de la bolsa y sus ojos rojos, mientras todo el resto del mundo seguía su curso.
Tenía que tomar su maleta, salir del aeropuerto, tomar un taxi, ir a casa, seguir. Tenía que continuar con su trabajo. Tendría que levantarse al día siguiente. Tendría que planear su funeral.
Y entonces su corazón se encogió dentro de su pecho, y una punzada dolorosa recorrió todos sus nervios. Levantó su bolso, para buscar su pasaporte, y vio como una, dos, tres gotas caían sobre la tela. Apretó los ojos y mordió su labio, y cuando los volvió a abrir su mirada se perdió en algún punto invisible. Cuando los enfocó, estaba viendo sus manos. Se quitó su anillo y lo guardó en el bolso. Levantó la mirada y caminó a buscar su maleta.
La recibió prontamente, no se preocupó por revisar que estuviera en orden, y la llevó consigo a un baño. Buscó el baño más recóndito que pudo, el menos accesible, mientras su corazón latía con dolor y sus manos temblaban. Una vez dentro, esperó a que estuviera vacío. Dejó su bolso de mano a su izquierda y levantó su maleta encima de los lavabos y la abrió, completamente concentrada en su actividad. Esculcó entre sus cosas, frustrada al no encontrar lo que quería, aventó algunas cosas detrás suyo, removió todo su interior, hasta que encontró su rastrillo.
Se arremangó su camisa. Su respiración era aleatoria y hacía que su pecho se hinchase y deshinchase de forma pesada. Sus manos temblaban. Sin dejar de mirar la navaja del rastrillo, estiró su mano hacía su bolso, para tener lo que más la acercaba a él a su lado mientras hacía esto. Su mano tocó la baldosa del baño. Buscó a ciegas. Baldosa. Despegó la mirada de donde estaba y al mirar a su izquierda se dio cuenta de la ausencia del bolso en el espacio donde lo había dejado. El rastrillo cayó de su mano y dio un paso hacía delante. Buscó entre las cosas que había sacado de su mochila. Buscó debajo de los lavabos. Buscó incluso en los retretes. No estaba. La habían tomado.
Se llevó sus manos a su cabello y jaló. Apretó los ojos y sintió como más lagrimas caían sobre sus mejillas. Y trató de pensar, ¿qué estaba en el bolso?
¿Qué estaba en el bolso?
¿Qué estaba en el bolso?
No lo recordaba. No podía recordar qué estaba en el maldito bolso. Estaban los recuerdos del amor de su vida, de la persona que le había iluminado las mañanas más oscuras y le había dado cariño y afecto y ternura y todo lo que siempre había querido. Pero no recordaba qué objetos eran. Entonces pensó: “hay uno que es más importante que los otros, ese no lo puedo haber olvidado.” Pensó, y pensó. No recordaba cuál era. No recordaba nada de lo que estaba dentro del bolso. Se pasó sus manos a su cadera y empezó a ir y venir por el pasillo del baño, tratando de recordar qué era aquella cosa tan especial que le había dado aquel hombre tan especial.
Tenía que ser algo que le hubiese dado él… ¿Un regalo? Se acordó de aquel cumpleaños en que se olvidó de comprarle algo porque estaba viendo un partido de fútbol. ¿Una nota de amor? En palabras de él: eso era ridículo.
Se detuvo y subió su mano hasta su boca. Se quedó quieta, con sus largos y finos dedos acariciando sus labios mientras pensaba. Apretó los ojos y se rió de sí misma. Estaba llorando de nuevo, sin dolor, sólo lagrimas. Lagrimas que parecían lluvia en su rostro.
Miró el espejo y se rió más. Estaba hecha un mar de lagrimas con una sonrisa en la boca, su maleta desbaratada, con el bolso robado y sin anillo de compromiso.
Arregló su maleta, sin molestarse por guardar el rastrillo, y salió del baño, con dirección a la estación de taxis. 
Tenía que planear un funeral.