domingo, 1 de marzo de 2015

La Sombra De La Reina - Capitulo 1

Sinopsis: Un capitán pirata y un noble capitán de armada luchan, recordando viejos tiempos, antes de ser enemigos.
Número de palabras: 1606
Clasificación: B
Género: Fantasía, Aventura
Comentario: Esto no es realmente un capitulo de nada. Resulta que encontré eso entre papeles viejos, probablemente lo escribí hace unos cuatro años y está sorprendentemente bien escrito... creo que está mucho mejor que algunas cosas recientes, lo cual no estoy segura de cómo habla de mi. Me imagino que lo escribí pensando en hacerlo una serie, una novela o algo así, lo he de haber escrito mucho antes de ser consciente del trabajo que conlleva escribir una novela de verdad, y claro está que luego me di cuenta pues no hay más capítulos para esta aventura. Curiosamente, recuerdo haber investigado un poco para poder escribir esta escena, cosas como qué es una finta y en qué consiste la pose de en guardia, pero fuera de eso no recuerdo haber hecho nada de planeación para lo que iba a ser esta "novela," a diferencia de cómo ha sido el caso para un proyecto en el que empecé a trabajar recientemente, para el cual he estado leyendo desde El Principe de Maquiavelo hasta Stardust de Neil Gaiman. Bueno, el punto es que aquí tengo una escena llena de acción despampanante y diálogos épicos.
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El apuesto capitán Joseph Filius había perdido todo en una sola noche.
Sin embargo lo peor, no era el hecho de haber visto morir a toda su tripulación, ni la tragedia que era para todo capitán ver a su barco hundirse, tampoco eran las joyas y libros que se perdieron en el fondo del mar junto al M. M. Barrie, no, lo que lo hacía sudar después de haber pasado por todo eso sólo podía ser una cosa y era la elección que el sanguinario pirata Giliren Elfclock le estaba forzando a tomar.
            - ¡La vida por una alianza Joseph! ¡No me parece que sea una elección tan difícil!
            El sable de Giliren apuntaba firmemente al corazón de Joseph, mientras su cara delgada y sucia mostraba una sonrisa sarcástica. Ambos hombres se miraron a los ojos, comunicándose sin palabras el profundo odio que sentían uno por el otro.
            - ¡Prefiero el infierno a ayudar a un pirata! – gritó el capitán Joseph. - ¡Huré por la Reina que nunca me aliaría a los soldados del mal! ¡Ni todo el oro del mundo podrá cambiar mi opinión, maese Elfclock!
            Sin un solo ruido, el capitán pirata acercó su cuerpo, ligero y veloz como el de un felino, al de su adversario Sus ojos verdes se clavaron en los de este y su sonrisa se volvió todavía más espantosa.
            - Estúpido capitán… - siseó - ¿Crees que estás vivo porque algún Dios está de tu lado? ¿Crees que estás vivo por un capricho mío? ¿Acaso crees que llevo horas insistiéndote a que aceptes mi alianza porque extraño tu amistad? Sabes que te mataría si no me fuera completamente necesario traerte conmigo. Ahora, escúchame bien, ¡si no quieres morir y con tu muerte provocar las muertes de miles de hombres, harás lo que sea que yo ordene! – Sus últimas palabras terminaron en un grito de furia que atemorizó a toda la tripulación del barco volador. Sin embargo, se calmó de una forma tan repentina como había nacido su furia, y una sonrisa sarcástica se mostró en sus labios de un segundo a otro. Caminó unos pasos mientras miraba lo que había más allá del borde del barco… nubes del color del amanecer y, abajo, separado por kilómetros del barco, el mar azul de Frak-kiris. El reino de las sombras. - ¿Sabes qué es lo que me han contado los alquimistas y científicos del puero Firlind? – dijo sin mirar al capitán Joseph.
            Este lo miró con desprecio, pero no se movió ni dijo una sola palabra. Con sus manos amarradas detrás de su espalda, trataba de librarse de las ataduras que le habían forzado los piratas. El pirata lo miró en silencio y luego regresó su vista al cielo.
            - Dicen, que las personas mueren con nada más golpear, macizamente, contra las olas de allá abajo. ¡Imagínate, ni siquiera puedes alcanzar a pensar en los tiburones o monstruos marinos que devorarán tu cuerpo! Cuando me contaron esto, me convencí de que los piratas de cielo debemos ser los asesinos más misericordiosos del mundo, no le damos tiempo a nuestras victimas ni siquiera de temer por el dolor… - se detuvo unos segundos y dirigió una severa mirada a su enemigo antes de volver a sonreír - .. porque ni si quiera pueden imaginar algo que duela tanto como ésta caída.
            Todos los presentes tragaron saliva y desviaron las miradas para evitar encontrarse con los ojos asesinos de aquel hombre. Todos, excepto el capitán Joseph Filius. Ambos hombres intercambiaron miradas, aunque su actitud sarcástica y fría no traicionaba sus sentimientos, el capitán pirata estaba cada segundo más desesperado, el único que era consiente de esto era el hombre que a pesar de encontrarse prisionero no dejaba de mirar a los ojos al hombre más temido en cielos y mares por igual.
            Entonces, el sable de Giliren regresó a una posición amenazando sobre el gallardo cuerpo de Joseph y los ojos verdes del pirata se entrecerraron en un gesto de completo desprecio. La sonrisa en su cara se borró. Asintió ligeramente, como sabiendo lo que pensaba el otro y retiró la espada.
            - Nadie intervenga – susurró.
            Pocos comprendieron a qué se refería el pirata, pero ni un solo hombre de la tripulación se atrevió a objetar. El prisionero todavía tenía sus manos amarradas, pero para Giliren no había razón para no adoptar una posición de esgrima igual a aquella que usaban lo caballeros de la corte de la reina.
            - ¡En guardia! – Gritó con su potente voz, poniendo el pelo de muchos en punta.
            Sin decir más, el capitán Joseph se tumbó al suelo, con sus manos repentinamente desatadas, y rodó hasta donde yacía una espada sin dueño. De un saltó se puso en guardia, justo a tiempo para detener una estocada de su adversario. Sus muñecas estaban libres, el único que se mantuvo impasible fue el pirata, como si hubiera predicho aquel acto.
            El capitán de uno de los barcos de la corte, de la misma edad que su adversario, cabello castaño revoloteando alrededor de su cara, ojos oscuros y profundos y tez morena, bañada por los rayos del sol; se enfrentaba a un capitán pirata temido por todos, de cabello negro, ojos verdes y tez todavía más quemada que la del otro. Ambos eran leyendas, y aquel duelo tenía mucha más historia que la que cualquier hombre común hubiera sido capaz de contar, y sin embargo, la atmosfera de aquel combate transmitía todo el odio acumulado por los años y una extraña nostalgia que compartían aquellos hombres admirables.
            Cada estocada era esquivada por el otro de una forma tan veloz que los presentes no terminaban de comprender qué había pasado cuando alguno de los adversarios ya estaba atacando a su enemigo con una nueva finta.
            Sus técnicas eran distintas, pero tenían tantas similitudes que a veces costaba trabajo distinguir entre uno y el otro. Lo único que permitía diferenciarlos claramente en aquellos momentos que sus movimientos eran tan rápidos que ni siquiera se alcanzaban a ver con claridad las diferencias físicas, era la manía del pirata por las vueltas, saltos y giros, como si se tratase de un baile, mientras que su adversario se mantenía siempre con los pies bien puestos sobre el suelo y aunque también tenía que moverse a gran velocidad para esquivar los golpes del pirata, siempre se mantenía firme.
            Los aceros de ambos chocaron, uno en posición defensiva y el otro empujando con toda su fuerza a su enemigo.
            - Sigues peleando como un caballero de Mewori – dijo Joseph, el noble capitán.
            - Y tú sigues peleando como si desearas morir - seguían intercambiando golpes y esquivándolos sin ver razón para deten su conversación. - ¡Además de que sigues siendo un terco! ¿Acaso tienes que estar moribundo para escuchar algo que venga de mi?
            - ¡¿Por qué hab´ria de confiar en un hombre que traicionó a la reina?!
            Las espadas de ambos chocaron, haciéndolos retroceder para volver a atacar.
            - ¡Eres un estúpido Joseph!
        - ¡Lo fui, pero ya no más! – dijo mientras lanzaba una estocada a una de las piernas de su enemigo. - ¡Se que fui un estúpido al confiar en ti por tantos años cuando éramos jóvenes, pero no cometeré el mismo error dos veces! ¡Traidor! ¡Canalla! ¡Eso es lo que eres! ¡Un maldito asesino!
            - ¡Eso es lo que dicen de mí! ¡No eres estúpido por tener fe, eres estúpido por tenerla ciegamente!
            - ¡Y por depositarla en ti! – concluyó rápidamente lanzando una estocada contra uno de los ojos verdes del pirata.
            Giliren se tiró al suelo y rodó antes de volverse a levantar para lanzar una estocada al hombro de su enemigo.
            - ¡No! ¡Por enésima vez, no te engañe! – Dijo el pirata mientras retrocedía esquivando más y más furicas estocadas. -¿En serio crees que me gané mi fama matando? Soy un buen guerrero, Joseph, si fuese tan vil como me describen no se sabría, pues no quedaría nadie para contar tal historia.
            De pronto una estocada golpeó muy cerca del mango de Giliren y éste sintió cómo su brazo temblaba a punto de perder sus fuerzas por el inmenso poder sobrehumano de su adversario, pero no se rindió, siguió retrocediendo sin dejar de mirar de manera enfurecida a aquel hombre que conocía desde hace tanto.
            - No me llames así – dijo el noble capitán mientras se acercaba al pirata. – Para ti soy Capitán Filius de Mewori, un caballero leal a la Reina Minerva Sirienes y a la iglesia de las tierras que me vieron nacer.
            La espada de Joseph se encontraba a apenas medio metro del cuello de Giliren. Se quedaron quitos unos segundos, se observaron sin decir una palabra. El pirata bajó su espada y su mirada, observando sus propios pies de na manera sombría y melancólica.

            - No puedo creer – dijo Giliren entrecortadamente, - que desprecies todos esos años de amistad por algo tan tonto como tu orgullo y tu miedo. – Suspiró pesadamente, un fuerte viento levantó sus cabellos mostrando su rostro y fue entonces cuando Joseph pudo ver la sonrisa cínica de su antiguo amigo reapareciendo en aquellos labios rojos. - ¿No me dejarás otra opción? Que triste que las mentiras y rumores viajen tan rápido. Que triste que no pude evitar que llegaran a tus oídos. Tu ayuda me habría servido de mucho, Joseph Filius, para hacer un gran bien, para salvar a esa Reina que quieres tanto. Pero los rumores llegaron a ti, y tu estúpida falta de criterio me ha llevado a esto. Te daré la satisfacción de morir creyendo lo que sea que quieras creer de mí.

miércoles, 22 de octubre de 2014

Sobre el presente

Sinopsis: Poema, sobre cosas que están ocurriendo. 
Número de palabras: 270
Clasificación: C
Género: poema
Comentario: Desde hace días que apenas me conecto a internet y me hierve la sangre por ver las cosas que están pasando (con respecto a Ayotzinapa, las protestas y los sucesos en mi país). Me avergüenza ver las reacciones de ciertas personas, y me desespera ver la inacción y pasividad de otras. Pero no tengo demasiado poder o influencia como para determinar que las cosas cambien, así que me he conformado con escribir un poema, pues como artista, o contadora de historias o lo que sea que soy, es una de las pocas cosas sobre las cuales tengo poder. Espero resuene en algunos.
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Hay unas manos manchadas con sangre
Dedos que desgarraron piel
Y que sintieron venas latir
Y hueso quebrarse
Mientras todo se llenaba de alaridos de dolor

Esas manos danzan en el aire
Libres del odio que se merecen
Pues nadie detiene al culpable

Quienes buscan al dueño lloran
Gritan y patalean
En una crisis infinita
Con sangre hirviendo, llena de dolor
Pues sólo tienen un rastro carmesí como pista

Y luego hay quien grita
Y quien exige justicia
Pide supuesta corrección
Hay quien exige
Que se limpie el rastro de sangre
Pues ensucia el callejón
Y que se callen los llantos
Pues el ruido es estremecedor

Dicen buscar justicia
Más viven en la ironía
¿Qué más queda en este mundo,
lleno de sangre y dolor?

Al parecer el orden es el progreso
Y los mártires no merecen amor

Es estremecedor

El mundo está girando, lleno de inquisición
Almas que no deberían de ser espíritus
Se han quedado atadas en juventud eterna
Extirpadas de su vida
Pasan penurias, llenas de dolor

Pero el caos es feo
Y la muerte no exige dolor
La misericordia se dirige a aquellos pocos
Que no pueden justificar sus retrasos
Y la ira se vuelca en aquellos que ya están hirviendo
Porque el fuego y el humo dan miedo

Esta es su ironía
Esta es su realidad
De aquellos que no ven
Que el mundo duele más allá de su propio ser

La sangre mancha el piso
Y produce escalofrío a quien la ve
A quien cae en el charco carmesí
Dejado como huella de quien estuvo aquí
Pero tuvo que marcharse

Para ya nunca seguir

sábado, 20 de septiembre de 2014

Los Peces Gato

Sinopsis: La historia de un gatito extraño. 
Número de palabras: 572
Clasificación: A
GéneroCuento, infantil
Comentario: No tengo mucho que decir sobre este... pero creo que es un buen cuento para antes de dormir ;)
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Había una vez, en casa de una viejecita amable y cariñosa, una familia de gatos. Todos eran gatos extremadamente felices, juguetones y traviesos. Unos naranjas, con rallas, otros grises y peludos, otros negros y misteriosos. Pasaban la tarde haciéndole compañía a la viejecita, y a donde fuera que fuese ellos iban con ella.
            La viejecita disfrutaba muchísimo de ir a tejer a distintos lugares con distintos paisajes, disfrutar del aire fresco y hacer nuevas prendas para sus nietos, algunas para sus gatos, y otras tantas para decorar su acogedora casa.
            Todos los gatos eran muy felices, todos excepto por uno.
            El pobrecito gatito era un gato muy extraño. Mientras que todos se iban a esconder el día de baño, él se quedaba afuera, contento, esperando con ansias el agua. Mientras que todos se quedaban dentro los días de lluvia a un lado de la chimenea, él salía a jugar toda la tarde, salpicando en los charcos. No es de extrañarse que los demás gatos pensaran que él era un loco de remate y siempre le decían que su loco sueño de nadar nunca se iba a cumplir.
            Cuando la viejecita les servía su comida, todos los gatos lo empujaban y hacían que fuese el último en comer. Cuando la viejecita se sentaba a tejer en el jardín, todos corrían para sentarse en su regazo, y rara vez le tocaba a él la oportunidad de hacerlo.
            Pero claro, la viejecita siempre encontraba momentos para hacerlo sentir querido.
            Así era su vida, hasta un día en que la viejecita había salido a tejer al parque. Sentada en una banca a la orilla del río y con todos sus gatitos a sus pies, se encontraba muy contenta haciendo una bufanda para su nieta. El gatito loco en lo mientras estaba viendo fijamente el agua, contento de estar tan cerca de ella. Cuando de pronto, de la nada una fuertísima ráfaga de viento los sacudió a todos… y la bola de estambre de la viejecita salió volando hasta la corriente. Ella trató de perseguirla y de agarrarla, pero no pudo, todos los gatitos empezaron a maullar y trataron de atraparla antes de que cayera en el agua, pero nadie pudo sostener la bola de estambre.
            Y entonces el gatito se lanzó al agua.
            Todos los demás gatos maullaron, asustados por él. El agua se lo llevó con fuerza y apenas y podía mantenerse a flote. Lo único que podía pensar era que los otros gatos tenían razón, y que él nunca iba a poder nadar. El agua lo estaba hundiendo… cuando de pronto, pudo abrir los ojos. Estaba rodeado por unos… peces extremadamente peculiares. Lo veían preocupados, y le daban empujoncitos para no dejar que su hundiera. Sus rostros tenían unos bigotes igual de largos que los suyos y ojos igual de afilados que los suyos.
            En lo mientras, los otros gatitos y la viejecita habían seguido la corriente del río por la orilla, asustados por él. Cuando de pronto, los sorprendió la vista del gatito, nadando contento, de un lado al otro del río con un montón de peces bigotudos. Cuando el gatito vio a la viejecita, corrió nadando hasta ella, con la bola de estambre en su hocico. Salió del agua para dársela, y la viejecita no pudo hacer otra cosa que abrazarlo, y los otros gatitos se acercaron a frotar sus frentes contra él, contentos de verlo a salvo.

            Y siguieron viviendo felices.

sábado, 12 de julio de 2014

Aterrizaje

Sinopsis: Una mujer sufre una perdida en un avión.
Número de palabras: 1474
Clasificación: B
GéneroCuento, drama
Comentario: Éste lo escribí a partir de un ejercicio de escritura de la página writtingexercises.co.uk dónde te sugieren la base para una trama y tienes que escribirla. La que me tocó fue "Escribe sobre una reservada mujer joven. La historia comienza en un avión. ... Es una historia sobre perdida ..." no lo pongo completo porque contiene spoilers.
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Llorar en público es difícil. Por alguna razón nos avergonzamos de nuestros sentimientos y no los dejamos fluir, cuando sentimos que alguien nos puede juzgar. Por eso, encontrarse a mitad de un espacio pequeño, apretado y lleno de personas, es una de las peores cosas que le pudieron pasar aquel día. Sólo lo vence que justo antes de apagar su celular para el despegue, contestó una llamada, que le informó sobre la muerte de su prometido. Sus ojos, abiertos como platos, se desenfocaron, al inundarse con lagrimas. Se llevó una mano a la boca, cubriendo su expresión de sorpresa, y luego, agachando la cabeza y subiendo sus dedos hasta su frente, cubrió su angustia. Con los ojos apretados, sintió la mano de la aeromoza posarse sobre su hombro y luego el aire tibio de su susurro, pidiéndole que apagara el celular. Respiró profundo, se relamió los labios y removió la mano de su rostro. Asintió con la cabeza, regresando su atención a la llamada, se despidió de la mujer que nunca llegaría a ser su cuñada, colgó y apagó el celular.
Guardó su celular en su bolso de mano y sacó su espejo. Las lagrimas no habían bajado de sus ojos, tenía el maquillaje entero y lo único que realmente delataba su tristeza era el seño fruncido, así que decidió respirar profundo, contar hasta diez y tratar de no mirar a la persona sentada a su derecha, ni a la del otro lado del pasillo, que, naturalmente, la miraban preocupados.
El avión alzó vuelo. Le zumbaron los oídos durante las primeras millas y, para cuando llegó a su altitud requerida, se taparon. Abrió los ojos nuevamente y miró la ventanilla, tratando de evitar la mirada del viejo de barba blanca que no había dejado de mirarla. Respiró profundo y volvió su cabeza al frente, con la mirada perdida, recargó su espalda sobre el respaldo y sintió sus hombros caer, rendidos ante la tensión que había sentido en un principio. Su mente se quedó en blanco durante la primer hora del vuelo y sus ojos concentrados en una mancha en su uña.
Alcanzó dos horas con cuarentaisiete minutos y dos segundos antes de que su cuerpo volviese a reaccionar.
Lo primero que tembló, fueron sus hombros, cuando una respiración se precipitó de forma descontrolada por su tráquea. Luego fueron los labios. Tragó saliva y siguieron sus ojos. Su ceño se frunció y sus hombros se echaron hacía delante, junto con toda su columna. El ardor en sus ojos era demasiado, y por más que intentó mirar hacia el frente y olvidar el dolor punzante en su corazón, se llenaron de lagrimas. Se desbordaron en sus mejillas y tuvo que morder sus labios, bajar la mirada al suelo y apretar los ojos, siendo demasiado consiente de las miradas enfocadas en ella. Subió su mano, hecha puño, hasta su boca y mordió su índice. Su otra mano abrazó su propio cuerpo, sus rodillas se juntaron, tan apretadas que era doloroso, y aunque sus tobillos trataron de hacer lo mismo, su bolso de mano se los impidió.
Pasaron segundos, y ella sintió horas.
Tras una inhalación exitosa, sus hombros suspendieron el movimiento por suficiente tiempo como para que alcanzara su bolso con una mano temblorosa. Primero, lo llevó hasta su pecho, abrazándolo con fuerza y sin abrir su ojos. Luego respiró profundo y esperó unos segundos con el aire dentro. No se molestó en contar. Se pasó del diez por tres segundos.
Cuando abrió los ojos, trató de concentrarse en el bolso. Trató de fingir que no había pasado nada. Trató de sacar algo de ahí, lo que fuera, una menta, un lápiz, un rímel, algo, que pudiera distraer sus dedos temblorosos y su mente destruida. Pero en cuanto abrió el bolso, se encontró con el espejo que él le había regalado. Sus hombros se volvieron a sacudir. Buscó entre los pliegues oscuros que componían el interior de su bolsa. Un post-it con el nombre de su hotel, escrito por el, una pluma fuente, regalo de cumpleaños, su cartera, navidad. Todo le recordaba a él. El dolor se convirtió en coraje, y el deseo de marcar su número, de ser recibida por su voz, y gritarle por haber sido tan estúpido empezó a crecer en su pecho. Dio un golpe al bolso, pero a pesar del enojo, no lo soltó. Lo apretó con fuerza. Y de pronto, ya había llegado.
El hombre a su derecha le tuvo paciencia. Tardó más de lo necesario en darse cuenta de que tenía que levantarse, tomar su bolso y bajar del avión. Su mente estaba desconcertada, su cuerpo estaba temblando aún, y su pulgar acariciaba una y otra vez su anillo de compromiso. Finalmente logró levantarse, y caminar fuera del avión.
Él tenía que ir por ella.
Se quedó parada a mitad del aeropuerto, con una mano cubriendo su boca, con el ceño fruncido, con su puño apretando fuertemente la correa de la bolsa y sus ojos rojos, mientras todo el resto del mundo seguía su curso.
Tenía que tomar su maleta, salir del aeropuerto, tomar un taxi, ir a casa, seguir. Tenía que continuar con su trabajo. Tendría que levantarse al día siguiente. Tendría que planear su funeral.
Y entonces su corazón se encogió dentro de su pecho, y una punzada dolorosa recorrió todos sus nervios. Levantó su bolso, para buscar su pasaporte, y vio como una, dos, tres gotas caían sobre la tela. Apretó los ojos y mordió su labio, y cuando los volvió a abrir su mirada se perdió en algún punto invisible. Cuando los enfocó, estaba viendo sus manos. Se quitó su anillo y lo guardó en el bolso. Levantó la mirada y caminó a buscar su maleta.
La recibió prontamente, no se preocupó por revisar que estuviera en orden, y la llevó consigo a un baño. Buscó el baño más recóndito que pudo, el menos accesible, mientras su corazón latía con dolor y sus manos temblaban. Una vez dentro, esperó a que estuviera vacío. Dejó su bolso de mano a su izquierda y levantó su maleta encima de los lavabos y la abrió, completamente concentrada en su actividad. Esculcó entre sus cosas, frustrada al no encontrar lo que quería, aventó algunas cosas detrás suyo, removió todo su interior, hasta que encontró su rastrillo.
Se arremangó su camisa. Su respiración era aleatoria y hacía que su pecho se hinchase y deshinchase de forma pesada. Sus manos temblaban. Sin dejar de mirar la navaja del rastrillo, estiró su mano hacía su bolso, para tener lo que más la acercaba a él a su lado mientras hacía esto. Su mano tocó la baldosa del baño. Buscó a ciegas. Baldosa. Despegó la mirada de donde estaba y al mirar a su izquierda se dio cuenta de la ausencia del bolso en el espacio donde lo había dejado. El rastrillo cayó de su mano y dio un paso hacía delante. Buscó entre las cosas que había sacado de su mochila. Buscó debajo de los lavabos. Buscó incluso en los retretes. No estaba. La habían tomado.
Se llevó sus manos a su cabello y jaló. Apretó los ojos y sintió como más lagrimas caían sobre sus mejillas. Y trató de pensar, ¿qué estaba en el bolso?
¿Qué estaba en el bolso?
¿Qué estaba en el bolso?
No lo recordaba. No podía recordar qué estaba en el maldito bolso. Estaban los recuerdos del amor de su vida, de la persona que le había iluminado las mañanas más oscuras y le había dado cariño y afecto y ternura y todo lo que siempre había querido. Pero no recordaba qué objetos eran. Entonces pensó: “hay uno que es más importante que los otros, ese no lo puedo haber olvidado.” Pensó, y pensó. No recordaba cuál era. No recordaba nada de lo que estaba dentro del bolso. Se pasó sus manos a su cadera y empezó a ir y venir por el pasillo del baño, tratando de recordar qué era aquella cosa tan especial que le había dado aquel hombre tan especial.
Tenía que ser algo que le hubiese dado él… ¿Un regalo? Se acordó de aquel cumpleaños en que se olvidó de comprarle algo porque estaba viendo un partido de fútbol. ¿Una nota de amor? En palabras de él: eso era ridículo.
Se detuvo y subió su mano hasta su boca. Se quedó quieta, con sus largos y finos dedos acariciando sus labios mientras pensaba. Apretó los ojos y se rió de sí misma. Estaba llorando de nuevo, sin dolor, sólo lagrimas. Lagrimas que parecían lluvia en su rostro.
Miró el espejo y se rió más. Estaba hecha un mar de lagrimas con una sonrisa en la boca, su maleta desbaratada, con el bolso robado y sin anillo de compromiso.
Arregló su maleta, sin molestarse por guardar el rastrillo, y salió del baño, con dirección a la estación de taxis. 
Tenía que planear un funeral.