domingo, 1 de marzo de 2015

La Sombra De La Reina - Capitulo 1

Sinopsis: Un capitán pirata y un noble capitán de armada luchan, recordando viejos tiempos, antes de ser enemigos.
Número de palabras: 1606
Clasificación: B
Género: Fantasía, Aventura
Comentario: Esto no es realmente un capitulo de nada. Resulta que encontré eso entre papeles viejos, probablemente lo escribí hace unos cuatro años y está sorprendentemente bien escrito... creo que está mucho mejor que algunas cosas recientes, lo cual no estoy segura de cómo habla de mi. Me imagino que lo escribí pensando en hacerlo una serie, una novela o algo así, lo he de haber escrito mucho antes de ser consciente del trabajo que conlleva escribir una novela de verdad, y claro está que luego me di cuenta pues no hay más capítulos para esta aventura. Curiosamente, recuerdo haber investigado un poco para poder escribir esta escena, cosas como qué es una finta y en qué consiste la pose de en guardia, pero fuera de eso no recuerdo haber hecho nada de planeación para lo que iba a ser esta "novela," a diferencia de cómo ha sido el caso para un proyecto en el que empecé a trabajar recientemente, para el cual he estado leyendo desde El Principe de Maquiavelo hasta Stardust de Neil Gaiman. Bueno, el punto es que aquí tengo una escena llena de acción despampanante y diálogos épicos.
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El apuesto capitán Joseph Filius había perdido todo en una sola noche.
Sin embargo lo peor, no era el hecho de haber visto morir a toda su tripulación, ni la tragedia que era para todo capitán ver a su barco hundirse, tampoco eran las joyas y libros que se perdieron en el fondo del mar junto al M. M. Barrie, no, lo que lo hacía sudar después de haber pasado por todo eso sólo podía ser una cosa y era la elección que el sanguinario pirata Giliren Elfclock le estaba forzando a tomar.
            - ¡La vida por una alianza Joseph! ¡No me parece que sea una elección tan difícil!
            El sable de Giliren apuntaba firmemente al corazón de Joseph, mientras su cara delgada y sucia mostraba una sonrisa sarcástica. Ambos hombres se miraron a los ojos, comunicándose sin palabras el profundo odio que sentían uno por el otro.
            - ¡Prefiero el infierno a ayudar a un pirata! – gritó el capitán Joseph. - ¡Huré por la Reina que nunca me aliaría a los soldados del mal! ¡Ni todo el oro del mundo podrá cambiar mi opinión, maese Elfclock!
            Sin un solo ruido, el capitán pirata acercó su cuerpo, ligero y veloz como el de un felino, al de su adversario Sus ojos verdes se clavaron en los de este y su sonrisa se volvió todavía más espantosa.
            - Estúpido capitán… - siseó - ¿Crees que estás vivo porque algún Dios está de tu lado? ¿Crees que estás vivo por un capricho mío? ¿Acaso crees que llevo horas insistiéndote a que aceptes mi alianza porque extraño tu amistad? Sabes que te mataría si no me fuera completamente necesario traerte conmigo. Ahora, escúchame bien, ¡si no quieres morir y con tu muerte provocar las muertes de miles de hombres, harás lo que sea que yo ordene! – Sus últimas palabras terminaron en un grito de furia que atemorizó a toda la tripulación del barco volador. Sin embargo, se calmó de una forma tan repentina como había nacido su furia, y una sonrisa sarcástica se mostró en sus labios de un segundo a otro. Caminó unos pasos mientras miraba lo que había más allá del borde del barco… nubes del color del amanecer y, abajo, separado por kilómetros del barco, el mar azul de Frak-kiris. El reino de las sombras. - ¿Sabes qué es lo que me han contado los alquimistas y científicos del puero Firlind? – dijo sin mirar al capitán Joseph.
            Este lo miró con desprecio, pero no se movió ni dijo una sola palabra. Con sus manos amarradas detrás de su espalda, trataba de librarse de las ataduras que le habían forzado los piratas. El pirata lo miró en silencio y luego regresó su vista al cielo.
            - Dicen, que las personas mueren con nada más golpear, macizamente, contra las olas de allá abajo. ¡Imagínate, ni siquiera puedes alcanzar a pensar en los tiburones o monstruos marinos que devorarán tu cuerpo! Cuando me contaron esto, me convencí de que los piratas de cielo debemos ser los asesinos más misericordiosos del mundo, no le damos tiempo a nuestras victimas ni siquiera de temer por el dolor… - se detuvo unos segundos y dirigió una severa mirada a su enemigo antes de volver a sonreír - .. porque ni si quiera pueden imaginar algo que duela tanto como ésta caída.
            Todos los presentes tragaron saliva y desviaron las miradas para evitar encontrarse con los ojos asesinos de aquel hombre. Todos, excepto el capitán Joseph Filius. Ambos hombres intercambiaron miradas, aunque su actitud sarcástica y fría no traicionaba sus sentimientos, el capitán pirata estaba cada segundo más desesperado, el único que era consiente de esto era el hombre que a pesar de encontrarse prisionero no dejaba de mirar a los ojos al hombre más temido en cielos y mares por igual.
            Entonces, el sable de Giliren regresó a una posición amenazando sobre el gallardo cuerpo de Joseph y los ojos verdes del pirata se entrecerraron en un gesto de completo desprecio. La sonrisa en su cara se borró. Asintió ligeramente, como sabiendo lo que pensaba el otro y retiró la espada.
            - Nadie intervenga – susurró.
            Pocos comprendieron a qué se refería el pirata, pero ni un solo hombre de la tripulación se atrevió a objetar. El prisionero todavía tenía sus manos amarradas, pero para Giliren no había razón para no adoptar una posición de esgrima igual a aquella que usaban lo caballeros de la corte de la reina.
            - ¡En guardia! – Gritó con su potente voz, poniendo el pelo de muchos en punta.
            Sin decir más, el capitán Joseph se tumbó al suelo, con sus manos repentinamente desatadas, y rodó hasta donde yacía una espada sin dueño. De un saltó se puso en guardia, justo a tiempo para detener una estocada de su adversario. Sus muñecas estaban libres, el único que se mantuvo impasible fue el pirata, como si hubiera predicho aquel acto.
            El capitán de uno de los barcos de la corte, de la misma edad que su adversario, cabello castaño revoloteando alrededor de su cara, ojos oscuros y profundos y tez morena, bañada por los rayos del sol; se enfrentaba a un capitán pirata temido por todos, de cabello negro, ojos verdes y tez todavía más quemada que la del otro. Ambos eran leyendas, y aquel duelo tenía mucha más historia que la que cualquier hombre común hubiera sido capaz de contar, y sin embargo, la atmosfera de aquel combate transmitía todo el odio acumulado por los años y una extraña nostalgia que compartían aquellos hombres admirables.
            Cada estocada era esquivada por el otro de una forma tan veloz que los presentes no terminaban de comprender qué había pasado cuando alguno de los adversarios ya estaba atacando a su enemigo con una nueva finta.
            Sus técnicas eran distintas, pero tenían tantas similitudes que a veces costaba trabajo distinguir entre uno y el otro. Lo único que permitía diferenciarlos claramente en aquellos momentos que sus movimientos eran tan rápidos que ni siquiera se alcanzaban a ver con claridad las diferencias físicas, era la manía del pirata por las vueltas, saltos y giros, como si se tratase de un baile, mientras que su adversario se mantenía siempre con los pies bien puestos sobre el suelo y aunque también tenía que moverse a gran velocidad para esquivar los golpes del pirata, siempre se mantenía firme.
            Los aceros de ambos chocaron, uno en posición defensiva y el otro empujando con toda su fuerza a su enemigo.
            - Sigues peleando como un caballero de Mewori – dijo Joseph, el noble capitán.
            - Y tú sigues peleando como si desearas morir - seguían intercambiando golpes y esquivándolos sin ver razón para deten su conversación. - ¡Además de que sigues siendo un terco! ¿Acaso tienes que estar moribundo para escuchar algo que venga de mi?
            - ¡¿Por qué hab´ria de confiar en un hombre que traicionó a la reina?!
            Las espadas de ambos chocaron, haciéndolos retroceder para volver a atacar.
            - ¡Eres un estúpido Joseph!
        - ¡Lo fui, pero ya no más! – dijo mientras lanzaba una estocada a una de las piernas de su enemigo. - ¡Se que fui un estúpido al confiar en ti por tantos años cuando éramos jóvenes, pero no cometeré el mismo error dos veces! ¡Traidor! ¡Canalla! ¡Eso es lo que eres! ¡Un maldito asesino!
            - ¡Eso es lo que dicen de mí! ¡No eres estúpido por tener fe, eres estúpido por tenerla ciegamente!
            - ¡Y por depositarla en ti! – concluyó rápidamente lanzando una estocada contra uno de los ojos verdes del pirata.
            Giliren se tiró al suelo y rodó antes de volverse a levantar para lanzar una estocada al hombro de su enemigo.
            - ¡No! ¡Por enésima vez, no te engañe! – Dijo el pirata mientras retrocedía esquivando más y más furicas estocadas. -¿En serio crees que me gané mi fama matando? Soy un buen guerrero, Joseph, si fuese tan vil como me describen no se sabría, pues no quedaría nadie para contar tal historia.
            De pronto una estocada golpeó muy cerca del mango de Giliren y éste sintió cómo su brazo temblaba a punto de perder sus fuerzas por el inmenso poder sobrehumano de su adversario, pero no se rindió, siguió retrocediendo sin dejar de mirar de manera enfurecida a aquel hombre que conocía desde hace tanto.
            - No me llames así – dijo el noble capitán mientras se acercaba al pirata. – Para ti soy Capitán Filius de Mewori, un caballero leal a la Reina Minerva Sirienes y a la iglesia de las tierras que me vieron nacer.
            La espada de Joseph se encontraba a apenas medio metro del cuello de Giliren. Se quedaron quitos unos segundos, se observaron sin decir una palabra. El pirata bajó su espada y su mirada, observando sus propios pies de na manera sombría y melancólica.

            - No puedo creer – dijo Giliren entrecortadamente, - que desprecies todos esos años de amistad por algo tan tonto como tu orgullo y tu miedo. – Suspiró pesadamente, un fuerte viento levantó sus cabellos mostrando su rostro y fue entonces cuando Joseph pudo ver la sonrisa cínica de su antiguo amigo reapareciendo en aquellos labios rojos. - ¿No me dejarás otra opción? Que triste que las mentiras y rumores viajen tan rápido. Que triste que no pude evitar que llegaran a tus oídos. Tu ayuda me habría servido de mucho, Joseph Filius, para hacer un gran bien, para salvar a esa Reina que quieres tanto. Pero los rumores llegaron a ti, y tu estúpida falta de criterio me ha llevado a esto. Te daré la satisfacción de morir creyendo lo que sea que quieras creer de mí.

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